08 marzo 2007

EDUCAR EN LA NO VIOLENCIA


EDUCAR EN LA NO-VIOLENCIA


Toda persona que se ve en situación de asumir la educación de niños, sean padres o maestros, se plantea el tema de la educación en la no-violencia, más en estos tiempos en los que las noticias acerca de malos tratos a mujeres, violaciones, pederastas y asesinos en serie llenan las páginas de los diarios y demás medios de comunicación. Pero para educar en la no-violencia conviene tener claros algunos aspectos. Sin esa claridad podemos caer en simplificaciones nada deseables como el confundir la violencia con una de sus manifestaciones, la violencia física, lo cual nos llevaría a creer que el hecho de insistir a un niño en que “no pegue” a otros es ya educar en la no-violencia. Algo tan erróneo como sería considerar que educar en la democracia consiste en enseñar a los niños a introducir papeletas en una urna, lo cual, si bien forma parte de la democracia dista mucho de poder considerarse como una verdadera educación “en la democracia”.

¿Qué es la violencia?
Podemos definir la violencia como toda acción (u omisión) cuyo objetivo es perjudicar a otro ser humano. Destaco que la omisión de ciertas acciones puede ser tan violenta como cualquier acción. De hecho, los códigos penales consideran delictiva la “negación de auxilio” que es un ejemplo muy claro de la violencia ejercida por omisión. Tampoco hay que olvidar que la sutileza humana permite ejercer la violencia sin “tocar” al otro. De hecho, a nadie extrañará que se puede destrozar la vida de alguien simplemente con la difamación, el aislamiento social y otras formas parecidas del refinamiento humano.

¿Cómo se manifiesta la violencia?
Existen diversas manifestaciones de la violencia en el ser humano. Sin duda la más espectacular es la violencia física. Desde la simple bofetada hasta el asesinato, pasando por las agresiones y torturas, y llegando a los casos más extremos como el del genocidio, la violencia física está tan presente, desde hace tanto tiempo y es tan espectacular que mucha gente tiende a identificar violencia física con violencia, y no faltan teóricos que afirman que tal violencia es algo “natural” en el ser humano.

No menos extendida y antigua es la violencia económica. Desde el robo hasta la explotación, pasando por la usura y otros delitos económicos, hasta llegar a la manifestación más tremenda de la violencia económica que es la que mantiene a pueblos enteros sumidos en la absoluta pobreza y cuyas consecuencias terribles en forma de imágenes de seres humanos al borde de la muerte por inanición y falta de medicamentos básicos suelen impactarnos en la televisión. Sea por la falta de escrúpulos de dictadores del lugar o por la insolidaria forma de organizarse el mundo, lo cierto es que las víctimas de la violencia económica sufren tanto como las de la violencia física (hasta el extremo final de la muerte) y son, sin duda alguna, más numerosas en este momento histórico que la de cualquier otra forma de violencia.
No es menos violenta que las anteriores la violencia racial. Aunque por motivos raciales se desencadenan episodios de violencia física y de violencia económica, la forma de violencia racial más extendida es la discriminación. Esta forma sutil de violencia se ejerce sobre seres humanos de otras etnias atribuyéndoles una “menor calidad humana”. En no pocas ocasiones, tal discriminación se ejerce destacando “rasgos diferenciales” que en principio no adjudican un menor nivel humano, pero a la postre, en esas diferencias se sustentan pequeñas o grandes discriminaciones.

Muy similar es la violencia sexual. Amparada en las evidentes diferencias morfológicas entre los sexos se añaden a estas diferencias otras mucho más discutibles. Decía la escritora Almudena Grandes que se empezará a eliminar la discriminación de la mujer cuando se empiece a dejar de decir que las mujeres son más intuitivas o más sensibles. Es evidente que estas características están presentes en las mujeres. Pero también lo están en los hombres y en ambos casos aparecen en distintos grados según las personas y no según el sexo de las personas.

Lo cierto es que en base a estas diferenciaciones tanto morfológicas como psicológicas y, sobre todo, en base al hecho biológico de la maternidad, se han dado a lo largo de toda la historia y en casi todas las culturas, fenómenos de discriminación. Hoy son motivo de escándalo mundial los ejemplos de los Talibanes en Afganistán y las extirpaciones del clítoris en muchas comunidades de cultura musulmana. Pero no podemos pasar por alto la discriminación de la mujer en todo el mundo ni las agresiones de que son objeto en medios como el laboral o el doméstico.

Otra forma de expresión de la violencia es la violencia religiosa. La exacerbación del sentimiento religioso lleva a la consideración de que , quienes no profesan la misma fe religiosa, ofenden a dios o, al menos, están alejados de él. Esto les convierte en “menos humanos” sobre todo si dios es padre o líder de un determinado grupo étnico o social. Al ser menos cercanos a dios se justifica que se les “aproxime a él” sea de forma dialogante o sea de forma más expeditiva. Al actuar por el bien de a víctima o al menos por el bien de la humanidad, toda acción destinada a tal fin es bendecida por los líderes morales de esa creencia y, por ello, alejada del concepto tradicional de pecado. La violencia religiosa tiene esa peligrosa particularidad de que quienes la ejercen acostumbran a no experimentarla como tal sino como un acto moralmente irreprochable. A quienes caen en esta perversa condición se les llama fanáticos y la historia está plena de ejemplos de sus actos y sus consecuencias. Hoy en día, el fanatismo religioso está detrás de la mayor parte de los conflictos armados, actos terroristas, limpiezas étnicas y demás manifestaciones de la crueldad humana.







¿De dónde nace la violencia? ¿Qué genera violencia?
A raíz de algunas noticias y comentarios acerca los programas de televisión y películas violentas y de la preocupación surgida en los años setenta con los juguetes bélicos, muchas personas han pensado que el motivo esencial que convierte a un ser humano en violento es la imitación. Esa visión simplista hace que muchos educadores consideren que educar en la no-violencia significa alejar a los niños de la contemplación de escenas violentas y de los juguetes bélicos.

Desde luego la imitación puede favorecer la aparición de comportamientos violentos pero ese factor dista mucho de ser el más importante. Que un desequilibrado se suba a un campanario y dispare contra la gente después de ver Rambo no establece una relación clara de causa-efecto, porque eso plantearía la pregunta de por qué otros 100 millones de personas que la han visto no responden al estímulo de la misma manera. Más bien habría que estudiar con cuidado cuáles son los factores de la personalidad de ese individuo que han convertido a Rambo en el detonante de una respuesta tan violenta.

En realidad, si nos detenemos un poco, veremos que las motivaciones del comportamiento violento no son tan complicadas de encontrar. La historia, la literatura y la misma experiencia de cada persona están llenas de ejemplos.
· La avaricia, el deseo de poseer, es uno de los grandes semilleros de la violencia. La avaricia está detrás de asesinatos, de guerras, de genocidios, de casi todos los casos de violencia económica (robo, usura, explotación...).
· La envidia, que es considerada en muchos países, entre ellos España, como el pecado nacional, actúa como una fuerza irracional que arrastra a la violencia, al odio, al deseo de que a esa otra persona que tiene algo que yo deseo, sufra de alguna manera lo que yo sufro al carecer de ello.
· Los celos, esa particular forma de envidia en la que el objeto es el afecto de un tercero, el reconocimiento social o el prestigio laboral, son y han sido fuente inagotable de arranques de violencia y elemento habitual de la literatura y de la realidad más cotidiana de casi todas las culturas.
· La frustración, el sentimiento de quienes consideran que no alcanzan lo que merecen por factores diversos, por las circunstancias de la vida, por la situación social, o por lo que sea. Sienten un desasosiego difícil de describir y de comprender incluso por ellos mismos. No encuentran la paz consigo mismos y desde esa situación de conflicto violenta a los demás. Es el personaje que rompe el juego porque él no gana, que desprecia lo que desconoce, que se irrita con el que percibe como triunfador.
· El resentimiento que actúa en lo más profundo como una rata que corroe día tras días las entrañas de quien lo padece. El resentido ha sufrido una herida que no sabe cómo curar y su dolor le impide alejarse del impulso de dañar a otros. A veces dañará a personas a través de violencia física, pero no en pocos casos tejerá una complicada tela de araña destinada a destruir, sean personas, objetos, valores, etc.

Pero de entre todas las semillas de la violencia, la semilla de las semillas es la contradicción interna, el desencaje entre lo que se piensa, lo que se siente y lo que se hace. Se genera cuando alguien hace algo que no coincide con lo que piensa o con lo que siente. En este juego de tres, a veces falla la acción, a veces es el pensamiento y a veces es el sentimiento el que está desajustado. La contradicción tiene sabor a traición a sí mismo. Uno es el violento y el violentado al mismo tiempo. La contradicción hace que la realidad se perciba de forma distorsionada, empuja hacia los motivos que antes hemos nombrado, hace perder fuerza y fe en uno mismo. La contradicción genera una “mala imagen” de uno mismo que es proyectada hacia los demás generando una “mala imagen” de los demás. Solo quien se quiere a sí mismo puede querer a los demás, solo quien se respeta a sí mismo puede respetar a los demás, solo quien se reconcilia consigo mismo puede reconciliarse con los demás.

¿Qué hay detrás de la violencia? ¿Por qué estos sentimientos empujan a la violencia y no a otro tipo de respuesta?
Cuando un ser humano ejerce violencia contra otro ser humano, de alguna manera está negando lo humano del otro. Cada ser humano puede percibir lo humano en el otro, puede percibir en el otro una intención, unos anhelos, unos sentimientos, etc. Un ser humano normalmente se alegra con la alegría del otro y sufre con el sufrimiento del otro. Pero cuando un ser humano está empapado por la avaricia o la envidia o los celos o cualquiera de los motivos antes mencionados, cuando no está en acuerdo consigo mismo, sufre. Su sufrimiento le lleva a distorsionar la realidad. En esa distorsión “deshumaniza” a los otros, los convierte en elementos de su propia intención insatisfecha, los convierte en “objetos” , una especie de escenario en el que solo hay un actor real que es él. Sus intenciones, sus objetivos, sus deseos, sus puntos de vista, priman absolutamente.

Educar en la no-violencia
Después de todo lo expuesto, es evidente que con reprender al niño que da una patada no es suficiente. No digo que no se haya de hacer un esfuerzo por hacer ver al niño la conveniencia de otros comportamientos. Digo que los niños suelen pelearse, pero sus peleas no pueden ser interpretadas como si los protagonistas fueran adultos, porque las peleas de niños suelen estar más cerca de la actitud de cachorros que miden sus fuerzas que de la de los agresores adultos.

Educar en la no-violencia es dotar al ser humano de los instrumentos que a lo largo de su vida ha de utilizar para no caer en manos de la violencia. Se ha de fortalecer al niño internamente, enseñarle a afrontar las dificultades, a vencer los obstáculos sin caer en la frustración, a respetar la intención del otro, a comprender que el otro “también existe” que no está ahí como decorado de su propia vida. A valorar positivamente lo que tiene sin desear compulsivamente todo lo que los otros puedan tener: sean objetos, habilidades, capacidades, afectos, etc. Se ha de educar en la generosidad y en la solidaridad. Se ha de potenciar la expresividad para que se facilite la comunicación.



No importa lo que el niño exprese lo que verdaderamente importa es que lo exprese porque si lo guarda dentro tarde o temprano ese almacén olerá a podrido. Se ha de educar potenciando lo positivo mejor que reprimiendo lo negativo, mejor el estímulo que la amenaza, mejor el premio que el castigo, mejor el aliento que la crítica, mejor el cariño que el miedo, mejor el diálogo que la orden. Sin duda habrá circunstancias en las que estas consideraciones generales se hayan de adecuar al momento preciso, pero aquí hablamos de una tónica general, una forma de educar.

Por cierto, el azote en el culo ha sido puesto en el papel estrella de la educación. Una simpleza más. Como todo castigo, el azote en el culo es peor que el premio e incluso peor que otras formas de reprender, pero sin duda es menos dañino que la tortura psicológica a la que algunos padres “que nunca tocan a sus hijos” parecen ser propensos: cuartos oscuros, amenazas infernales, dioses justicieros, etc.

A lo largo de muchos años de experiencia en el intercambio con otras personas más o menos informadas en estos asuntos he aprendido que las heridas de sufrimiento que la inmensa mayoría de los adultos arrastran desde su niñez (y que son el origen del intrincado camino de sufrimiento que luego siguieron) no se relacionan con una bofetada o una pelea, sino con factores distintos: la traición de un adulto, la injusticia de una situación, el menosprecio de una madre, un padre o alguien emotivamente relevante (un maestro, por ejemplo), el aislamiento de otros niños, la discriminación (por ser gordo, alto, bajo, usar gafas, etc), en definitiva, las heridas que quedan, las que condicionan, no dejan marcas en la piel, las dejan en el interior.
PACO DONAIRE Y MIGUEL CRUZ (MIEMBROS ACTIVOS DEL MOVIMIENTO HUMANISTA)

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